La Sombra del lobo por R B - muestra HTML
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toda la noche, aunque ella lo buscaba con la mirada a la menor
oportunidad. Y aún estaba enfadada con la Liga de los Ancianos, porque
nadie la había informado de que, aquella misma noche, se iba anunciar el
regreso de Jeremy Burns al clan de los Crestas Plateadas.
—Sí, podríamos haber hablado; pero me pareció que ya había tenido
bastantes emociones —ironizó.
Jeremy suspiró e intentó hablar con calma.
—Jillian, nos guste o no, he vuelto. Debemos afrontar los hechos.
—Tengo la sensación de que mis hechos no se parecen mucho a los
tuyos… —alegó ella, en voz baja.
Él negó con la cabeza.
—Siempre fuiste una cabezota, Jillian, pero no recordaba que
disfrutaras tanto con las peleas.
—No quiero pelearme contigo, Jeremy —dijo, apartándose el cabello
de los ojos—. Sólo quiero que me dejes en paz.
—Eso no es posible. Ni hoy ni mañana. He tomado una decisión,
brujita… una decisión que me ha costado mucho tiempo.
—¿Y qué decisión es ésa?
—Que voy a tenerte.
Ella lo miró con asombro.
—Guau. ¿Así como así? —se burló—. ¿Crees que caeré rendida a tus
pies sólo porque tú lo digas? Pues lamento decirte que ya no siento nada
por ti.
Jeremy rió y le dedicó una de sus miradas de depredador.
—Mientes, Jillian, mientes. Lo sabes tan bien como yo.
Ella también rió, pero con sarcasmo. Intentaba disimular sus
sentimientos reales, aunque sabía que era inútil. Jeremy la alteraba
demasiado.
—¿Ahora adivinas el pensamiento?
Él arqueó una ceja.
—No necesito adivinarte el pensamiento para saber lo que sientes,
Jillian. Lo noto en el olor de tu cuerpo.
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Jillian abrió la boca, pero no dijo nada.
—Es una experiencia muy inquietante, ¿no te parece? —continuó
Jeremy—. Saber que puedo oler tu necesidad, tu deseo, tu hambre… saber
que me afecta con más fuerza que a ningún otro hombre o licántropo;
saber que estás hecha para mí; saber que eres mía.
Jillian dio otro paso atrás, dispuesta a huir, aunque sabía que no tenía
la menor oportunidad.
—Nunca he sido tuya —declaró, intentando controlar su pánico—.
Afortunadamente, abrí los ojos a tiempo y me di cuenta de la clase de
persona que eres.
—Estás muy equivocada, Jillian. Pero es verdad que nunca has
confiado en mí —dijo él.
—¡Y tengo buenas razones!
—¿Buenas razones, dices? ¿Te parece que renunciar a tu futuro y a tu
destino a cambio de un cargo en Shadow Peak es una decisión inteligente?
Aprovechaste la primera excusa que se te presentó para librarte de mí
porque, en el fondo de tu corazón, temías tener que elegir entre una vida
conmigo y otra con tus preciosos y queridos hombres lobo.
—¡Yo no he renunciado a mi destino! —exclamó ella—. Mi clan es mi
destino, Jeremy, aunque estoy segura de que esperabas que los
abandonara y me fuera contigo, odiándolos como los odias.
Jeremy bajó el tono de voz, que se volvió más íntimo y peligroso.
—Dime una cosa, Jillian… ¿tu trabajo te hace buena compañía en la
cama, de noche? ¿Te es fiel, acaso? ¿Te mantiene satisfecha? ¿Te hace
feliz?
Ella se estremeció. Jeremy había dado en el clavo.
—Mi cargo exige sacrificios —se defendió—. No espero que lo
entiendas.
—Lo entiendo de sobra. Ni te imaginas los sacrificios que habría sido
capaz de asumir con tal de estar a tu lado —dijo él, y se metió las manos
en los bolsillos—. Pero no me concediste la oportunidad de
demostrártelo… así que perdóname si sigo algo enfadado al respecto.
—Tú tampoco me diste una oportunidad.
—Por supuesto que te la di —afirmó—. Yo no podía cambiar la
reputación de mujeriego que me había ganado antes de conocerte, pero a
partir de ese momento no volví a fijarme en nadie más. Nunca, jamás te di
ni el menor motivo para desconfiar de mí.
Jillian lo miró con asombro.
—¿Aún niegas que estuviste con Danna después de darme el primer
beso, después de que aceptara salir contigo?
Él suspiró con pesadez.
—Si te hubieras molestado en preguntarme, te habría dicho que yo no
toqué a Danna Gibson. Cuando apareciste en mi vida, no toqué a ninguna
otra mujer… y luego, cuando me amenazaste con desatar la ira de tu
preciosa Liga sobre mí si volvía a acercarme, estaba tan furioso y tan
desesperado que tardé muchos meses en ser capaz de mirar a otra mujer,
y mucho de menos, de acostarme con ella.
—Eso es…
—¿Patético? ¿Triste? ¿Embarazoso? —la interrumpió—. Sí, lo sé de
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sobra. Pero como ya he dicho, estaba loco por ti. Te habría dado cualquier
cosa, lo que quisieras. Desgraciadamente, tú sólo esperabas una excusa
para librarte de mí.
Jeremy se detuvo un momento y continuó.
—Me sacaste de tu corazón en cuanto alguien te fue con un cuento
increíble. Y ambos sabemos por qué… tenías miedo de confiar en mí, de
dejarte llevar, de la intensidad que había entre nosotros. Huiste como una
niña asustada porque te aterraba la idea de tener que elegir entre tu
relación y tu cargo en el clan. Ni siquiera se te ocurrió que no era yo quien
te obligaba a elegir entre los dos, sino tu clan, precisamente.
A pesar de que Jeremy habló con convicción, Jillian se negaba a
creerlo. Su versión era más fácil de asumir. Además, sabía que Jeremy
nunca habría sido feliz en Shadow Peak, y que los miembros de la Liga no
le habrían perdonado que mantuviera una relación con su bruja. Al fin y al
cabo, sólo era un mestizo. Al final, le habrían exigido a ella que dimitiera.
—¿Qué quieres de mí, Jeremy? —preguntó, confusa—. Sé que ya no
quieres ofrecerme el pacto de sangre… ¿qué estás buscando?
Él soltó un gruñido irónico.
—Tienes razón con lo del pacto. Ya no soy aquel adolescente que
soñaba con cosas que no podía tener.
—Nunca fuiste un soñador.
—Lo fui contigo, Jillian. Me tenías constantemente en las nubes, pero
me dejaste caer y mi vida cambió por completo.
—¡No te atrevas a culparme de lo que pasó!
—Haré lo que sea necesario para tenerte —dijo él, contemplando su
cuerpo con deseo—. Porque me perteneces. Eres mía.
Jillian se quedó boquiabierta.
—¿Quieres saber lo que quiero? Te quiero debajo de mí. Pura y
simplemente —concluyó.
Jillian se sintió como si la mirada de Jeremy la atravesara y pudiera
alcanzar hasta el último de sus secretos. Intentó aclararse las ideas, pero
no lo conseguía. No podía pensar cuando estaba a su lado. La controlaba
como una droga hipnótica. La atrapaba, la mantenía prisionera.
—Me deseas, Jillian. Miéntete todo lo que quieras, reinventa el pasado
a tu antojo, pero esto no me lo puedes negar. Siento tus emociones —dijo
él, con voz ronca y profunda—. Lo veo en tu cara, escrito. Lo veo en la
vena que late en tu garganta. Lo veo en la dureza de tus pezones. Lo sé
por el aroma cálido y dulce que emana de tu cuerpo.
—¿Por qué me haces esto? —preguntó ella, desesperada—. Tú no me
quieres de verdad, Jeremy. Me desprecias.
Jeremy rió con amargura.
—Eso es cierto. Te he despreciado durante muchos años por lo que
me hiciste, pero no importa. A pesar de ello, no deseo otra cosa que
arrancarte la ropa y tomarte aquí mismo.
Jeremy dio una palmada al tronco de un árbol cercano y añadió:
—Apoya la espalda en este pino, deja que sostenga tu trasero con las
manos y te daré un ejemplo de lo que siempre tuviste miedo de sentir.
—¡Yo nunca tuve miedo de ti!
Hasta ella misma supo que estaba mintiendo. Siempre había tenido
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miedo de él. Miedo de que no estuviera enamorado; miedo de que le
rompiera el corazón; miedo de enfrentarse a los deseos de la Liga y a sus
padres y miedo de permitir que los demás controlaran su destino.
—Haznos un favor a ambos y deja de mentir de una vez —dijo él—.
No sirve de nada. Sólo empeorarás las cosas.
Jillian no supo qué decir.
Jeremy se acercó y la miró con intensidad.
—Por curiosidad, Jillian, ¿quién te fue con ese cuento de que yo
estaba coqueteando con Danna? ¿Una de esas mujeres a las que tienes
por amigas? ¿Las mismas que me asaltaban con proposiciones
deshonestas cuando no estabas mirando? Yo no toqué a ninguna, pero
ellas intentaban seducirme una y otra vez.
—Yo…
Jeremy se apartó de ella.
—No importa, olvídalo. Pensándolo bien, es agua pasada… Ya no
necesito tu confianza; ni la necesito ni la quiero. Pero créeme, Jillian, voy a
tomar lo que no tomé entonces.
—Estás loco, Jeremy.
Jeremy rió, se giró hacia ella y la miró fijamente.
—Mason me acusa de eso constantemente.
—Porque es verdad.
—Tal vez. Tal vez —murmuró sin dejar de mirarla. Ella se estremeció
de nuevo.
—En cualquier caso —continuó—, he vuelto a Shadow Peak y estoy
aquí por motivo que conoces de sobra. Sé que quieres lo mejor para tus
lobitos, y también sé que estás demasiado bien informada como para
desconocer lo que está pasando. Tu clan se destruirá desde dentro si no
encontramos al traidor. Te guste o no, yo puedo ayudarte.
—No necesito tu ayuda —dijo con voz temblorosa.
De nuevo, Jillian mintió a propósito. Adoraba a sus lobos, pero sabía
que entre ellos había varios licántropos llenos de odio que estaban
dispuestos a cualquier cosa. Si se salían con la suya, destruirían el clan de
los Crestas Plateadas.
Sin embargo, tenía miedo de Jeremy y de lo que sentía por él. Si se
veían obligados a trabajar juntos, no podría escapar a su encanto.
—Te agradezco la oferta —añadió—, pero puedo arreglármelas sola.
—No, no puedes.
Ella lo miró con orgullo.
—La Liga me ayudará.
Los ojos de Jeremy se oscurecieron.
—Para que esto funcione, tendrás que olvidar el pasado y confiar en
mí otra vez —dijo él—. Tu maravillosa Liga no es capaz de ayudarse a sí
misma. ¿Por qué crees que estoy aquí? Te voy a decir algo que sólo saben
Dylan y el clan de los Cazadores… Los canallas que seguían a Simmons
han aprendido a transformarse a plena luz del día.
Jillian parpadeó, incrédula.
—Eso es imposible. Es decir, había oído rumores, pero pensé que eran
tonterías de la gente…
Jeremy se llevó una mano a las cicatrices que tenía en el cuello.
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—Pues créeme, no son rumores. Simmons les enseñó y alguien tuvo
que enseñarle a él. Robert Dillinger nos contó que la capacidad de
transformarse de día es un poder que sólo se les concede…
—A los que sirven a la Liga de los Ancianos —lo interrumpió ella.
Jillian estaba informada de lo sucedido. Anthony Simmons era el fuera
de la ley al que Mason había derrotado en combate unos días antes.
Robert Dillinger, el padre de Mason, al que la Liga había rechazado por
casarse con una humana, había contado a los Cazadores lo de la
transformación.
—Lo sé, lo sé —continuó Jillian—. Cuando mi madre dimitió y asumí el
cargo de bruja, me hablaron de la transformación diurna. Es un truco
defensivo, un arma de guerra que sólo se debe usar en circunstancias
extraordinariamente difíciles para el clan. Enseñárselo a un descontrolado
es un delito castigado con la muerte… los descontrolados lo quieren para
matar humanos con más facilidad y para ocultar su rastro al resto de los
licántropos.
Jeremy asintió.
—Exactamente —dijo—. Como ves, la situación es complicada.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Crees que tenemos un traidor en la Liga? ¿Crees que uno de los
ancianos se ha pasado al lado oscuro? ¿Qué quiere destruir a los humanos
y a los Cazadores? Es absurdo, completamente absurdo… ¿Por qué querría
semejante cosa?
—Todavía no lo sabemos —murmuró él—; pero sean cuales sean sus
motivos, estoy aquí y me necesitas. No voy a permitir que te hagan daño.
—¿Por qué? —preguntó, sinceramente confundida.
—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? —repitió Jeremy, entre risas sin
humor—. ¿Sólo sabes preguntar por qué?
—No entiendo que quieras ayudarme. Con toda franqueza, creo que
es mejor que te marches… o que mantengas las distancias conmigo.
—Me temo que eso va a resultar bastante difícil, teniendo en cuenta
que pienso estar dentro de ti.
Ella sintió pánico.
—Ni en un millón de años, Jeremy —afirmó.
Él alzó una mano y le acarició los labios.
—No sigas por ese camino, Jillian. No digas cosas que te
avergonzarán más tarde, cuando te demuestre lo equivocada que estás.
Las palabras de Jeremy fueron como una bofetada para ella.
—¡Cerdo arrogante…! —exclamó, apartando la cabeza—. Me parece
increíble que te tengas en tan alta estima. Jamás permitiría que…
—Basta ya —ordenó, entrecerrando los ojos—. Estamos conectados,
Jillian. Puedes engañarte a ti misma y fingir que esa conexión no existe,
pero no va a desaparecer por eso.
—No, no es cierto. No hay ninguna conexión. Hubo algo entre
nosotros, pero lo mataste hace años. Además, ya no soy una jovencita
ingenua e inocente. He aprendido a cuidar de mí misma. No te necesito.
No te necesito ni ahora ni nunca —aseguró.
Él se acercó, le puso las manos en los hombros y le habló al oído en
voz baja, como si le confesara un secreto.
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—Puede que termines por creerte esa tontería si la repites lo
suficiente, pero los dos sabemos la verdad. Te perseguiré si me obligas,
Jillian, aunque sé que estarás deseando que te dé caza.
—Puedes perseguirme todo lo que quieras —contraatacó Jillian—,
pero tendrás que ir hasta el infierno y mucho más allá para alcanzarme.
Jeremy le acarició la mejilla y le lanzó una mirada oscura y llena de
posesión, como si efectivamente la creyera suya.
—Ya conozco el infierno —le dijo con voz suave—. Es una perspectiva
que no me asusta en absoluto.
Al sentir el calor de su aliento, Jillian deseó que la besara. Sabía que
no debería desearlo, pero no lo pudo evitar. Y por la sonrisa de Jeremy, fue
evidente que se había dado cuenta.
—Tendrás que hacerlo mejor, cariño.
—¿Hacerlo mejor? ¿De qué estás hablando? —preguntó ella, aunque
lo había entendido de sobra.
—De convencerme.
Jeremy rió, la besó en la sien y le mordió suavemente el lóbulo de una
oreja.
Jillian se sintió desvanecer.
—¿Convencerte…? ¿De qué? —acertó a decir—. ¿De que estás loco?
—Es verdad que estoy loco. Estoy loco por ti desde que te vi por
primera vez —afirmó Jeremy—. Pero eso no cambia nada, brujita. Tendrás
que convencerme de que eres capaz de negarte esto.
Jillian se mantuvo en silencio, sin apartar la mirada de sus ojos
hipnóticos.
—Tendrás que convencerme de que no sientes lo mismo que yo —
continuó él—. Y tendrás que hacerlo muy bien, porque te aseguro que no
te lo voy a poner fácil. Voy a jugar fuerte contigo.
Ella se estremeció.
Él sonrió.
Antes de que Jillian se diera cuenta, Jeremy descendió sobre su boca
y la besó apasionadamente.
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Capítulo cuatro
El contacto de sus labios fue una respuesta provocadora a la
necesidad que Jillian había acumulado durante tanto tiempo, durante
tantas noches en vela y tantos días frustrantes y vacíos, rodeada de gente
y sintiéndose, al mismo tiempo, completamente sola.
—Jeremy, por favor —susurró—. No me hagas esto.
Él besó la frágil piel de debajo de sus brillantes ojos.
—¿Hacerte qué?
Jillian sintió un escalofrío cuando la mordió en el cuello.
—No voy a rendirme a ti… No… No… puedo hacerlo…
Él volvió a hablar, pero sin dejar de besarla.
—Estás permitiendo que el miedo te controle, Jillian.
—¿Qué sabes tú del miedo?
—Sé lo que me asusta de verdad —contestó él—. Me asusta pensar
que podría haberte perdido en uno de esos combates.
—Maldito seas…
—Haré lo que sea necesario para que dejes de negarme.
Jeremy la besó de nuevo, con más pasión que antes. Jillian no podía
respirar ni pensar, pero empezaba a no importarle en absoluto. Era una
sensación demasiado carnal e íntima, demasiado parecida al material de
sus sueños.
Sabía que debería apartarse de él, pero la intención de mantener las
distancias era más débil que la necesidad de dejarse llevar por la suave
textura de sus labios y por las caricias sedosas de su lengua, llena de
talento.
Podía sentir su hambre, su calor, su deseo, y se sentía cayendo hacia
un pozo sin fondo; pero a la vez, paradójicamente, tenía la sensación de
estar flotando.
Por fin, gimió, lo besó a su vez y todo cambió de repente.
Jeremy soltó un gemido ronco y apretó la dura pared de su pecho
contra los senos de Jillian. Ella, que ya había dejado de resistirse, notaba
perfectamente la fuerza de su erección.
—Tócame —gimió él contra su boca—. Pon tus manos en mí, Jillian.
A Jillian le faltó poco para ronronear como una gata. Deseaba tocarlo.
Deseaba poner sus manos en aquel cuerpo magnífico y acariciarlo palmo a
palmo, detenidamente, como un ciego que interpretara un texto en Braille.
Jeremy era un paisaje desconocido que ella deseaba explorar para
descubrir hasta el último de sus secretos.
Apretó las palmas de la mano contra su pecho y sintió la energía y el
calor que emanaban de él. Pero no era suficiente. Quería carne. Quería
sentir el contacto de su piel; introducirse por debajo de su ropa, descender
hasta el cabello rubio de su pubis y tocar su sexo.
Soltó un gemido, le levantó la camiseta y lo tocó en la cintura, justo
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por encima de los vaqueros. Él suspiró, dejó de besarla durante un
momento y apoyó la cabeza en su frente.
Jillian no tenía miedo; el deseo le había dado el valor necesario para
hacer lo que no se había atrevido a hacer hasta entonces. Además, ya no
tenía elección; su cuerpo no le habría permitido que interrumpiera las
caricias.
Se mordió el labio inferior, llevó las manos hacia los vaqueros de
Jeremy y descendió hasta que sintió lo que nunca había sentido en su
adolescencia, la dura y descarada prueba de su necesidad.
Jeremy contuvo el aliento.
Justo entonces, oyeron una voz que provenía del bosque.
—¿Jillian? ¿Estás ahí?
Jillian apartó las manos del sexo de Jeremy y las llevó a su pecho.
—¿Sayre? ¿Eres tú?
Jeremy se apartó de ella, que se sintió súbita y terriblemente sola.
Cuando por fin reaccionó, Jillian se alisó un poco la ropa e intentó
adoptar una pose de calma, como si no hubiera ocurrido nada entre ellos.
—¿Sayre? —repitió—. ¿Dónde estás?
—Aquí… —respondió su hermana.
Cuando Sayre salió al claro y los vio, sus ojos azules brillaron con
sorpresa.
—Oh, vaya…
La hermana de Jillian era una joven preciosa, de cabello rojizo, nariz
perfecta y una mandíbula fina y de aspecto casi frágil. Tenía una piel
brillante como una perla y sus mejillas mostraban rubor porque era
incapaz de ir despacio a ninguna parte; su exceso de energía la llevaba
siempre a buen paso.
—Siento interrumpir —continuó la recién llegada—. Te estaba
buscando, pero no sabía que tuvieras compañía.
Jillian se puso roja como un tomate. Antes de que pudiera decir una
sola palabra, Jeremy se acercó a Sayre y clavó en ella sus ojos verdes,
manifiestamente sorprendido.
—¿Sayre? —murmuró—. No me lo puedo creer… ¿Eres tú? ¿De
verdad?
Sayre sonrió ampliamente e inclinó la cabeza con timidez.
—Hola, Jeremy.
—Pero si eras una cosita minúscula y delgada la última vez que te
vi…
La risa musical de Sayre llenó el ambiente.
—Sí, bueno, es que ha pasado mucho tiempo desde entonces —alegó
—. Aunque no he podido hacer mucho con lo de la delgadez… a pesar de
ser más alta, sigo pareciendo un palillo.
—No, no, ni mucho menos. Te has convertido en una mujer
absolutamente preciosa —afirmó Jeremy—. Seguro que todos los chicos
están locos por ti.
—Ojalá —ironizó—. Pero muchas gracias por el halago.
—¿Va todo bien por aquí? —intervino Jillian, molesta consigo por
sentir celos de su propia hermana—. Sabes que no me gusta que salgas
de Shadow Peak cuando hay un desafío. No es seguro.
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Sayre asintió.
—Sí, es cierto, pero sólo quería saber si estabas bien.
—Estoy bien. ¿Cómo me has encontrado?
Sayre se ruborizó.
—No ha sido muy difícil, Jilly. Se os oía en la distancia…
Jeremy arqueó una eeja, sin comprender a la joven. A fin de cuentas,
habían sido bastante silenciosos.
Jillian se lo explicó:
—Sayre todavía tiene que desarrollar sus poderes mágicos, pero son
muy fuertes.
—Sí, ya lo veo —dijo Jeremy con humor.
—No quería interrumpir, pero quería decirte que Eric ha ido a verte a
tu casa. Le han contado lo sucedido en el claro y quiere saber si te
encuentras bien. No ha sido fácil, pero lo he convencido para que se
marchara… le he dicho que lo llamarías más tarde, por teléfono.
—¿Eric? —preguntó Jeremy—. ¿Se puede saber quién es Eric?
Jillian no contestó, de modo que Jeremy repitió la pregunta.
—¿Quién es Eric?
—Eric Drake —respondió Sayre.
Jillian miró a su hermana con cara de pocos amigos.
Jeremy entrecerró los ojos.
—¿Qué diablos quiere un Drake de ti?
—Lo que quiera Eric no es asunto tuyo —afirmó Jillian.
—Respuesta incorrecta. Por supuesto que es asunto mío.
—Preferiría no hablar de esto delante de Sayre.
—Lo comprendo perfectamente, pero sólo quiero una respuesta a mi
pregunta.
Jillian dudó un momento y contestó:
—Eric y yo somos… amigos.
—¿Tú y uno de los Drake? —preguntó él con incredulidad—. ¿Desde
cuándo?
—Desde hace unos meses.
—Pero… ¿por qué?
—Empezamos a trabajar juntos en proyectos de educación, y al cabo
de cierto tiempo… en fin, nos hicimos íntimos, por así decirlo.
Jeremy puso los brazos en jarras y la miró con fiereza, completamente
dominado por los celos.
—Si tenéis una relación tan maravillosa, ¿se puede saber por qué no
ha estado presente en tu combate con Danna?
—Porque le pedí que no fuera. Y Eric respeta mis deseos.
—Sí, claro, seguro que sí —se burló.
Jillian movió la cabeza hacia Sayre y dijo:
—Dejemos esta conversación para otro momento, Jeremy.
—De acuerdo.
Él la miró con intensidad y le susurró algo al oído. Después, se
despidió de Sayre con un asentimiento de cabeza y desapareció en la
espesura del bosque.
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Sayre y Jillian caminaron tranquilamente hacia Shadow Peak, sin
hablar, hasta que el silencio se les hizo insoportable.
—Si tienes algo que decir, suéltalo de una vez —dijo Jillian, tensa.
Su hermana se encogió de hombros.
—No, no tengo nada que decir.
Jillian resopló.
—Oh, vamos… lo noto, Sayre. Di lo que tengas que decir. Después de
la noche que he tenido, no me quedan energías para sacártelo.
Sayre se giró hacia ella y la miró con solemnidad.
—Es que… os estabais peleando, ¿verdad? Estás enamorada de él,
pero no lo quieres admitir. Sinceramente, creo que quieres darle otra
oportunidad y que se la niegas porque tienes miedo, Jilly.
—Lo que yo quiera carece de importancia. Entre Jeremy y yo hay
demasiadas cosas turbias. No tenemos futuro, así que es mejor que nos
mantengamos alejados el uno del otro —observó.
—Pero Jeremy es tu compañero… —murmuró Sayre—. El destino ha
querido que estéis juntos. De resistirse a esa emoción no puede salir nada
bueno.
—Una de las cosas que aprendes cuando maduras es que las cosas no
terminan siempre como deben —declaró Jillian.
Sayre soltó un suspiro de frustración.
—Terminarían bien si tuviéramos la valentía necesaria para luchar por
ellas.
Jillian sonrió.
—Hablas como una idealista, Sayre… Espero que la vida no te depare
ningún desengaño.
Jillian siguió andando y tardó un momento en darse cuenta de que su
hermana no la seguía. Cuando se giró, vio que Sayre estaba bajo la luz de
la luna, mirándola con un enfado que le sorprendió.
—Deja de hablarme como si fuera una niña, porque ya no lo soy.
Aunque te resistas a admitirlo, me he convertido en una mujer inteligente
y capaz de razonar, una mujer adulta que tiene sus propias opiniones y
creencias y que nota los sentimientos de la gente… de un modo
particularmente intenso.
Sayre se detuvo un instante y añadió:
—A mí no me puedes engañar, Jillian. Sé lo que pasó realmente entre
Jeremy y tú, lo que no quieres admitir. Y también sé lo de nuestra madre.
Jillian sacudió la cabeza, confusa.
—¿Cómo?
—Mamá me lo contó hace tiempo, cuando cumplí dieciséis años.
Quería que supiera lo que le había pasado para que fuera cuidadosa.
Jillian miró a su hermana y se preguntó qué fuerzas estaban jugando
con ella para que su vida se hubiera convertido en un caos en una sola
noche.
—¿Qué te dijo? —preguntó.
—Todo. Me lo dijo todo, Jillian. Me habló del licántropo del que se
enamoró, de que se acostaron y de que él la abandonó más tarde porque
no la quería. Me dijo que aquel licántropo era tu padre, y que durante
mucho tiempo estuvo convencida de que no volvería a enamorarse…
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hasta que apareció un hombre que la quería de verdad, mi padre.
Jillian sintió un pinchazo en el corazón.
—No tenía idea de que lo supieras. ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Porque mamá me pidió que no te lo dijera. He roto la promesa que
le hice porque creo que hay algo de lo que tenemos que hablar.
—¿Para qué? No saldría nada bueno de ello.
—Te está destrozando la vida, Jillian. Creo que te has tomado la
experiencia de mamá demasiado en serio. Que a ella le rompieran el
corazón una vez no significa que tú estés condenada a lo mismo. Siempre
has tenido miedo de amar.
Jillian frunció el ceño.
—Me temo que las cosas no son tan sencillas, Sayre. Tengo una
responsabilidad con el clan, una responsabilidad que no me puedo tomar a
la ligera. La Liga tiene una opinión bien clara al respecto y yo no tengo
más opción que aceptarla. Además, Jeremy no es de la clase de personas
que se sacrifican por los otros; me habría pedido que me alejara de
Shadow Peak y que abandonara a los míos.
—Pero no se trata de eso, ¿verdad?
—Por Dios, Sayre, ya conoces su reputación… ninguna mujer en su
sano juicio confiaría en él.
Sayre sonrió con tristeza.
—¿Acaso no crees en el poder del amor? ¿No crees en su fuerza?
—Antes parecías una idealista y ahora pareces una romántica
empedernida.
De repente, Jillian se sintió cansada y vieja, como si su juventud se
hubiera ahogado en un mar de amargura.
—Porque lo soy, Jilly. Yo he visto el amor. He visto la unión entre dos
almas. Sé que existe —dijo Sayre con una sonrisa—. Cuando tengas
dudas, acuérdate de nuestros padres y…
—De tu padre, no del mío.
Sayre la miró con enfado.
—No vuelvas a decir eso, Jillian. Él te quiere como si fueras su hija —
declaró—. Cualquiera se daría cuenta.
La voz de Jillian sonó enormemente triste.
—Lo siento, Sayre. Tienes razón. Sé que me quiere… es que esta
noche estoy confundida. No es un buen momento para hablar.
—Jillian, los que protegen su corazón por miedo al dolor o a la pérdida
terminan sin corazón, sin nada en el pecho, sin nada que perder porque no
tienen nada que ganar. Te quiero demasiado para permitir que te ocurra
eso… Mira en tu interior. Puede que Jeremy sea arrogante, pero también
es una gran persona.
Jillian la miró sin decir nada.
—Has juzgado mal a Jeremy, Jillian; has permitido que los temores de
la Liga de los Ancianos te contaminen —continuó—. ¿Cómo podrías saber
si es capaz de sacrificarse por alguien, cuando nunca le has concedido una
oportunidad? Ni siquiera te ha servido para dejar de sufrir, porque te duele
estar a su lado y no tenerlo. ¿Qué podría ser peor?
—¿Qué podría ser peor? —repitió Jillian—. Te daré una pista: estar
enamorada de él y descubrir que no me quiere del mismo modo.
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Sayre sacudió la cabeza.
—Siempre he pensado que eras la persona más valiente del mundo,
Jilly, pero hablas como una cobarde.
Jillian suspiró.
—Puede que estés en lo cierto, pero dejemos este asunto para otro
día. Te llevaré a casa. Mamá se asustará mucho si no vuelves a tu hora.
Cuando llegaron a la casa de sus padres, Sayre entró en el jardín y
cerró la puerta de la valla a sus espaldas.
—Jeremy te quiere, Jillian. Y no me parece del tipo de personas que se
rinden cuando han tomado una decisión.
—Lo sé —murmuró.
Jillian volvió a suspirar y alzó la cabeza para mirar la luna, en un gesto
que se había convertido en costumbre con el paso de los años. Era una
visión tranquilizadora. Le hacía soñar con ser otra mujer y tener otra vida.
—Eso es lo que temo —añadió.
—No, no es verdad —dijo Sayre—. No tienes miedo de que Jeremy
insista, sino de no poder resistirte a él.
Jillian cerró los ojos con fuerza. Cuando los abrió, estaba sola bajo la
luz plateada de la luna.
Sólo se oyó un sonido: el de la puerta de la casa de sus padres,
cerrándose.
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Capítulo cinco
Había vuelto al hogar.
Jeremy aparcó el todoterreno en el vado del edificio de dos pisos,
rodeado de árboles, que tantos recuerdos le despertaba. El enorme sauce
en el que jugaba de niño seguía como un monstruo gigante en la esquina
del fondo, meciendo sus largas ramas en la brisa. Hasta las cortinas de las
ventanas y la fachada de cedro seguían como entonces.
Era como si no hubiera cambiado nada en diez años, como si el
tiempo se hubiera detenido. Y por eso mismo, las heridas del pasado le
parecieron tan frescas como el primer día.
Le pareció increíble que no hubiera vuelto nunca, ni una sola vez,
desde que las cosas se estropearon con Jillian; desde que asumió que
nunca le concedería su corazón y su felicidad; desde que comprendió que,
puestos a elegir, Jillian prefería a la Liga de los Ancianos antes que a él. De
hecho, no había vuelto a poner un pie en Shadow Peak hasta unos días
antes, cuando tuvo que presentarse ante la Liga para reclamar su derecho
a pertenecer al clan.
Miró la casa y pensó que debía entrar, pero se quedó en el sitio.
Con un nudo en la garganta, apoyó las manos en el volante del
vehículo y se maldijo por comportarse como un sentimental. Él era un
Cazador, un perseguidor de asesinos; el sentimentalismo y la nostalgia no
eran lujos que se pudiera permitir. Pero aquella noche no lo podía evitar.
Sus padres estaban en la casa de Florida, que prácticamente se había
convertido en su residencia habitual. Cuando Jeremy supo que tendría que
volver al clan de los Crestas Plateadas, pensó en alquilar una casa en las
afueras de Shadow Peak; pero su madre se opuso: lo quería en su hogar,
en la habitación que había sido suya desde niño, y se negó a aceptar un
«no» por respuesta.
Sus padres siempre habían tenido fe en él, a diferencia de otros, y
Jeremy se sentía muy afortunado en ese sentido. Pero odiaba a los Crestas
Plateadas con todas sus fuerzas; los odiaba por considerar inferiores a los
mestizos, por regirse por normas viejas y retrógradas que habían creado
una división clasista entre los habitantes de Shadow Peak y los del callejón
de los Cazadores.
Jamás, en toda su vida, podría olvidar el día en que su padre tuvo que
explicarle que él era diferente a los otros niños; que como mestizo que
era, siempre sería inferior para los licántropos regidos por la Liga de los
Ancianos.
Pero Jeremy tampoco se quejaba de eso. Con los Cazadores había
encontrado la familia que necesitaba y la vida que le gustaba llevar. Sólo
le faltaba una cosa: una mujer; concretamente, una mujer que en ese
momento estaría acurrucada con Eric Drake delante de un fuego.
Desde que Jillian terminó sus estudios y volvió a Shadow Peak, Jeremy
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supo que estaba destinada a ser suya; pero Jillian le dio largas y se negó a
mantener una relación con él, hasta que por fin cedió y permitió que la
besara. Fue un beso tímido, inocente, muy poca cosa para un hombre que
ya estaba acostumbrado al placer de las mujeres; pero a pesar de ello, le
dejó una huella mucho más profunda que todas sus experiencias
anteriores.
Todavía recordaba el contacto de su piel y de su cuerpo, el deseo
irrefrenable de tumbarla en la hierba, arrancarle la ropa y hacerle el amor
hasta que los dos quedaran completamente agotados, satisfechos.
Aquella noche, cuando la acompañó a su casa, Jillian le pidió que la
besara otra vez. Jeremy la besó, pero perdió el control y se dejó llevar de
tal modo por el deseo que tuvo que taparse como pudo con la camisa para
que la madre de Jillian, que abrió la puerta poco después, no viera el bulto
de su erección. Naturalmente, el truco no sirvió de nada; Constance
Murphy era muy lista y se dio cuenta.
Desde entonces, Jeremy había mantenido muchas relaciones
sexuales. Pero todas ellas palidecían ante el recuerdo de aquel beso.
Por desgracia, la Liga de los Ancianos no aprobaría nunca su relación
con Jillian.
—Por Dios, tienes que olvidarla de una vez —se dijo en voz alta.
Se pasó una mano por el pelo, abrió la portezuela del vehículo y salió.
Necesitaba relajarse un poco, así que dejó el equipaje en el maletero,
siguió calle arriba y giró a la derecha en el primer cruce, en dirección a
Main Street.
Oyó la música del club de la esquina siguiente y consideró la
posibilidad de entrar a tomar una copa. Sabía que no sería bienvenido en
el local, pero eso no le importaba; necesitaba un whisky.
Ya se dirigía a la entrada cuando la puerta del local se abrió y
apareció un hombre alto y de hombros anchos que sacó un encendedor e
inclinó la cabeza para encenderse un cigarrillo. La luz de la frágil llama
iluminó su cabello corto, de color oscuro, y un rostro familiar que puso en
guardia a Jeremy.
Era Eric Drake. Justo el canalla al que quería ver.
Dominado por los celos y con una sonrisa salvaje en la boca, avanzó
hacia él y se plantó delante del hombre lobo, interrumpiéndole el paso.
—Estás en mi camino, Burns.
Jeremy arqueó una ceja.
—Qué curioso. A mí me parece que eres tú quien está en el mío.
Eric sonrió.
—¿Hablamos de caminos? ¿O de mujeres?
Jeremy ladeó la cabeza.
—Sé que en Shadow Peak te consideran un gran tipo, pero a mí no
me engañas, Drake. Dice el refrán que de tal palo, tal astilla; y el palo de
tu padre está podrido.
Eric dio una calada al cigarrillo antes de hablar.
—No debe de ser un refrán muy acertado. Porque si lo fuera, tú serías
como tu padre: un hombre fiable, digno y leal. Y en lugar de eso, mira
cómo has tratado a la mujer que la Naturaleza creó para ti.
—Lo que ocurra entre Jillian y yo no es asunto tuyo.
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—Te equivocas. Jillian es amiga mía y…
—Y también mi compañera.
—Como iba diciendo, Jillian es amiga mía —repitió Drake,
entrecerrando los ojos—. No voy a permanecer al margen mientras un
idiota arrogante le hace daño porque es incapaz de soportar la soledad.
Jeremy dio un paso adelante y extendió los brazos hacia los lados,
gruñendo.
—Si tienes algún problema conmigo, adelante.
Eric lo miró y dio otra calada, deliberadamente lenta. Después, echó
el humo y sonrió con ironía.
—¿Sabes una cosa? Si no te conociera mejor, pensaría que apestas a
celos, Burns.
—Y si yo no te conociera a ti, pensaría que estás deseando que te den
una paliza —replicó Jeremy.
Eric rió.
—Vaya, tenerte de vuelta en Shadow Peak va a ser muy divertido.
En ese momento sonó el teléfono móvil de Eric, que miró la pantalla y
añadió:
—Pero por divertido que sea, parece que tendremos que dejar esta
conversación para otro momento.
Jeremy se estremeció al oír que Drake preguntaba a alguien si se
encontraba bien. Supuso que sería Jillian y que lo habría llamado para que
la animara, o tal vez para informarlo de que había llegado sana y salva del
combate. Pero también era posible que su relación con Drake fuera más
allá de la amistad.
Jeremy se alejó y desapareció en las sombras, sin más compañía que
su ataque de celos.
Tras una noche sin pegar ojo, el sol todavía era una promesa distante
en el horizonte cuando Jeremy llegó a la casa de Dylan Riggs, una cabaña
de cedro cuyo jardín delantero estaba impecable y lleno de flores a pesar
del otoño.
Subió al porche delantero y llamó a la puerta un par de veces. El
miembro de la Liga de los Ancianos, de treinta y ocho años de edad, abrió
con cara de sueño y sin más ropa que unos calzoncillos. Jeremy se cruzó
de brazos y arqueó una ceja al verlo; su aspecto resultaba sorprendente
en un hombre que, en circunstancias normales, parecía sacado de una
revista de ropa de diseño.
—Buenos días, cariño —se burló—. ¿Te has acostado tarde? Espero no
llegar en mal momento…
—No, en absoluto, sólo me has despertado —ironizó Dylan—. Anda,
entra de una vez. Necesito un café.
Jeremy rió y siguió a Dylan al interior de la casa. Era la primera vez
que la veía y le pareció sorprendentemente limpia y arreglada para ser el
domicilio de un soltero; o se había domesticado, en cuyo caso se reiría un
buen rato a su costa, o tenía una o varias mujeres que cuidaban de él.
Supuso que la limpieza del lugar se debía a lo segundo y preguntó:
—¿Quién es ella?
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—¿Quién es quién? —respondió Dylan, mirándolo con dureza.
—La mujer que te ha mantenido despierto toda la noche.
—No esperarás que te lo diga, ¿verdad?
Jeremy suspiró.
—Oh, vamos… sabes que puedes confiar en mí.
—Sí, claro, por supuesto que sí.
Dylan habló con humor, pero en su mirada había un fondo oscuro,
preocupante, que puso a Jeremy en guardia.
—Sé a qué se debe mi mal aspecto —continuó el miembro de la Liga
—, pero ¿se puede saber a qué se debe el tuyo?
—A que he dormido muy poco.
—Y como tú no podías dormir, has decidido despertarme.
Jeremy volvió a reír.
—Bueno, no ha sido culpa mía. Alguien ha lanzado una piedra a la
ventana del dormitorio y me ha despertado antes del alba —explicó.
Dylan llenó la cafetera y la puso al fuego.
—Maldita sea… acabas de llegar a Shadow Peak y ya te están
lanzando piedras. Te lo dije; sabía que tu vuelta al clan era una idea
nefasta. El ambiente está muy enrarecido y tu presencia va a empeorar
las cosas.
Jeremy se encogió de hombros.
—No quedaba otro remedio, Dylan.
—¿Cómo que no? Sabes que podéis contar con mi ayuda.
Jeremy suspiró.
—Sí, lo sabemos; pero si no te andas con cuidado, tendrás que
buscarte otro trabajo. Si el resto de los miembros de la Liga llegan a
sospechar que trabajas para nosotros, te expulsarán sin contemplaciones
—observó—. Y no lo podemos permitir. Eres uno de los pocos licántropos
cuerdos que quedan en este lugar.
—Aun así, me parece muy peligroso —murmuró.
Los ojos de Dylan brillaron con una frustración que a Jeremy le
recordó sus años de juventud. La madre de Dylan procedía de un clan de
hombres lobo acomodados de Virginia, y cuando se divorció de su padre,
él y su hermana tuvieron que dividir su tiempo entre Virginia y Shadow
Peak. A pesar de que su padre era miembro de la Liga de los Ancianos, los
Crestas Plateadas trataron a Dylan como si fuera inferior, lo cual precipitó
su amistad con los Cazadores.
Más tarde, cuando su padre falleció, Dylan reclamó su puesto en la
Liga, al que tenía derecho por herencia. Sin embargo, muchos miembros
del clan lo consideraban demasiado civilizado para ocupar un cargo de
poder.
—Sé que quieres ayudarnos —dijo Jeremy—, pero ya te has
arriesgado demasiado con este asunto. Si no te andas con ojo, Stefan
Drake pedirá que te expulsen. Y si no lo hace él, lo hará cualquiera de los
otros. Creen que tus opiniones políticas son demasiado progresistas.